8 de junio de 2011

26ª noche - La tormenta

Hasta hace pocos años, Elisa no dejaba de ir a ninguna protesta, ninguna manifestación que luchase por un mundo mejor. Ahora vemos las imágenes en televisión y las cargas de la policía como quien ve los toros desde la barrera. Me fijo en su rostro mientras lo observa y noto desencanto. ¡Ha cambiado tanto todo! ¿O somos nosotros los que hemos cambiado?



  Nunca me avisaron de que esto podría suceder. Desde muy joven, desde siempre, me dijeron: "Si quieres, puedes". Y yo quería, ¡vaya si quería! Lo quise todo y pude con todo. Me enseñaron que la vida era una senda de obstáculos y vivirla consistía en embestir con fuerza contra ellos; que lo único que podría detenerme era mi propia quietud. Y les creí. Hasta hoy.
  Los mayores me contaron sus vidas, empantanadas en el fango de sus temores, de sus debilidades, de sus torpes compromisos. No sólo lo contaron; pude verlos en su mundo gris, donde no luce el mismo sol que me ilumina. Porque yo soy diferente, mi generación es diferente. Tenemos todos los derechos, nos pertenecen sin discusión. Mi hábitat es la felicidad; mi ley, la que yo quiero; mi único límite, yo mismo. Así lo creí hasta hoy.
  Pero hoy partí temprano, de buen puerto, en buena barca, con buen rumbo, sin hacer caso a las voces grises. Como siempre.
  —¡Cálmate, mar, yo te lo ordeno! —Hace horas que clamo con toda mi potestad a este embravecido océano—. ¿Con qué derecho me amenazas? ¿No has oído hablar del imperio del hombre?
  Hace tantas horas, que mi garganta ha claudicado, incapaz de producir sonido alguno. Ya sólo queda el bramido del mar, mientras la tormenta desarbola mi barca, simple cascarón a merced de la tempestad.
  Las olas ríen, como ninfas perversas en su montaña rusa. Y mientras aguardo el momento final, ya sin esperanza, comprendo. Siempre ha sido así, todo lo demás fue sólo una quimera. Ahí abajo siempre estuvo el mar, el oleaje, la tormenta...

La tormenta © Fernando Hidalgo Cutillas

 
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