—¿Ya, señorita?
—Espera un poco, Juani. Ya mismo termino —dijo Elisa, mirándose al espejo—. ¿Qué tal estoy? —añadió, mostrándose de frente a la joven criada.
—Está muy bella, señorita Elisa —exclamó Juanita, y volvió a preguntar— ¿Ya?
—Está bien —concedió la joven—, ¡vamos!
Ambas abandonaron el baño y se dirigeron a una salita, donde Elisa se sentó al lado de un pequeño escritorio. Juani sacó de su bolsillo un sobre bastante arrugado y se lo entregó. Estaba sin abrir. Elisa lo rasgó y sacó de él una hoja de papel cuadriculado, escrita a lápiz.
—Mi muy querida Juanita, dos puntos —leyó Elisa—, espero que al recibo de estas... ¡Juani! No pongas esa cara de boba. Anda, siéntate ahí —ordenó, señalando una silla al otro lado de la mesa.
Juani obedeció sentándose, pero la expresión de su cara no cambió sino para embobarse aún más. Dándola por imposible, Elisa continuó:
—... espero que al recibo de estas líneas se encuentre usted bien de salud. No le pregunto por los suyos porque sé que está sola en el mundo, sin más familia que esas buenas personas que la tienen en su casa. Que Dios las bendiga. Parece un chico bien educado —comentó Elisa.
—Es muy formal, un caballero... —apostilló Juani—. Siga, por favor, siga.
—Desde que llegué al cuartel he hecho algunos amigos y las cosas no andan mal. No me sobra tiempo, trajinamos todo el día de una cosa a otra sin apenas descanso, así que sólo puedo sacar un momento para escribirla por la noche. Dentro de pocos minutos apagarán las luces y he de ser breve. No puedo andar con rodeos. Quiero...
—Señorita Elisa, ¿qué quiere decir breve? —interrumpió Juani.
—Humm, corto, rápido... que ha de darse prisa. Sin luz no se puede escribir. ¿Entiendes?
—Ya... pobrecillo —exclamó Juani, conmovida.
—Quiero pedirle permiso para escribirla con frecuencia y saber si puedo esperar de usted que responda a mis cartas. Desde que la conocí no he podido pensar en otra cosa que en usted y este inoportuno servicio de armas al que me veo obligado me está resultando la condena más insufrible. Sólo me alivia pensar que dentro de dos años volveré a ser libre y si usted, querida Juanita, tiene a bien aguardarme me llenaría de felicidad. Dígame que puedo tener esperanza y encenderá en mi corazón una luz eterna... ¡Vaya!, debieron de apagar la luz porque lo que sigue apenas se entiende—comentó Elisa, divertida.
Juani bajó de la nube.
—¡Oh, qué pena! ¿No se lee? —exclamó la muchacha con tristeza.
—Parece que pone No puedo seguir...por favor con.... contésteme. Suyo siempre... afec...afectísimo; sí, eso pone. Y firma Joaquín Río —concluyó Elisa, poniendo de nuevo la carta en el sobre, que entregó a Juanita. Esta lo guardó como un tesoro en su delantal y preguntó, tímidamente
—¿Me escribirá la respuesta, señorita Elisa?
—Claro que sí, pero mañana. Ahora he de salir. Prepárame el abrigo.
Durante todo el día siguiente Juanita estuvo rondando a Elisa. Le daba apuro insistir pero era superior a sus fuerzas. En cada mirada, en cada gesto podía leerse ¿ya?, ¿ya?, ¿ya?... Por fin Elisa dijo:
—Ya. Trae la carta que vamos a contestar a tu novio.
—¡Mi novio! —repitió Juanita, ruborizándose—. Si apenas nos conocemos...
—Eso es verdad, Juani. Por si acaso, no te hagas muchas ilusiones. Aún no sabes cómo son los hombres.
El rostro de Juanita se ensombreció por un momento. Fue a su cuarto y volvió con el mismo sobre del día anterior, aunque mucho más arrugado.
—En realidad no lo necesitamos. Estoy segura de que recuerdas muy bien todo lo que pone. ¿Qué quieres decirle? —preguntó Elisa, cogiendo una hoja de papel de una carpeta.
Juanita se puso nerviosa; ella no sabía qué decir, ni qué hacer. Sólo sabía que Joaquín le gustaba, pero intuía que decir eso no estaría bien.
—No sé, señorita Elisa —dijo la sirvienta, mirando el papel con apuro...
—Vamos a ver, ¿tú quieres que él siga escribiéndote? Ya sabes lo que este chico busca, ¿no? ¿Tú estás de acuerdo?
Juanita seguía sin saber qué decir, retorciéndose en un mar, no de dudas, sino de inseguridades.
—¡Pero qué boba eres, Juani! ¿Quieres a este hombre, sí o no? —La pregunta de Elisa sonó como un ultimátum.
—Sí le quiero —dijo por fin la muchacha, tímidamente...
—Pues venga, vamos a decírselo...
—Ponga usted lo que le parezca —pidió Juanita, llena de vergüenza.
—Está bien... —Elisa garabateó durante unos minutos sobre el folio blanco.
—Espera un poco, Juani. Ya mismo termino —dijo Elisa, mirándose al espejo—. ¿Qué tal estoy? —añadió, mostrándose de frente a la joven criada.
—Está muy bella, señorita Elisa —exclamó Juanita, y volvió a preguntar— ¿Ya?
—Está bien —concedió la joven—, ¡vamos!
Ambas abandonaron el baño y se dirigeron a una salita, donde Elisa se sentó al lado de un pequeño escritorio. Juani sacó de su bolsillo un sobre bastante arrugado y se lo entregó. Estaba sin abrir. Elisa lo rasgó y sacó de él una hoja de papel cuadriculado, escrita a lápiz.
—Mi muy querida Juanita, dos puntos —leyó Elisa—, espero que al recibo de estas... ¡Juani! No pongas esa cara de boba. Anda, siéntate ahí —ordenó, señalando una silla al otro lado de la mesa.
Juani obedeció sentándose, pero la expresión de su cara no cambió sino para embobarse aún más. Dándola por imposible, Elisa continuó:
—... espero que al recibo de estas líneas se encuentre usted bien de salud. No le pregunto por los suyos porque sé que está sola en el mundo, sin más familia que esas buenas personas que la tienen en su casa. Que Dios las bendiga. Parece un chico bien educado —comentó Elisa.
—Es muy formal, un caballero... —apostilló Juani—. Siga, por favor, siga.
—Desde que llegué al cuartel he hecho algunos amigos y las cosas no andan mal. No me sobra tiempo, trajinamos todo el día de una cosa a otra sin apenas descanso, así que sólo puedo sacar un momento para escribirla por la noche. Dentro de pocos minutos apagarán las luces y he de ser breve. No puedo andar con rodeos. Quiero...
—Señorita Elisa, ¿qué quiere decir breve? —interrumpió Juani.
—Humm, corto, rápido... que ha de darse prisa. Sin luz no se puede escribir. ¿Entiendes?
—Ya... pobrecillo —exclamó Juani, conmovida.
—Quiero pedirle permiso para escribirla con frecuencia y saber si puedo esperar de usted que responda a mis cartas. Desde que la conocí no he podido pensar en otra cosa que en usted y este inoportuno servicio de armas al que me veo obligado me está resultando la condena más insufrible. Sólo me alivia pensar que dentro de dos años volveré a ser libre y si usted, querida Juanita, tiene a bien aguardarme me llenaría de felicidad. Dígame que puedo tener esperanza y encenderá en mi corazón una luz eterna... ¡Vaya!, debieron de apagar la luz porque lo que sigue apenas se entiende—comentó Elisa, divertida.
Juani bajó de la nube.
—¡Oh, qué pena! ¿No se lee? —exclamó la muchacha con tristeza.
—Parece que pone No puedo seguir...por favor con.... contésteme. Suyo siempre... afec...afectísimo; sí, eso pone. Y firma Joaquín Río —concluyó Elisa, poniendo de nuevo la carta en el sobre, que entregó a Juanita. Esta lo guardó como un tesoro en su delantal y preguntó, tímidamente
—¿Me escribirá la respuesta, señorita Elisa?
—Claro que sí, pero mañana. Ahora he de salir. Prepárame el abrigo.
Durante todo el día siguiente Juanita estuvo rondando a Elisa. Le daba apuro insistir pero era superior a sus fuerzas. En cada mirada, en cada gesto podía leerse ¿ya?, ¿ya?, ¿ya?... Por fin Elisa dijo:
—Ya. Trae la carta que vamos a contestar a tu novio.
—¡Mi novio! —repitió Juanita, ruborizándose—. Si apenas nos conocemos...
—Eso es verdad, Juani. Por si acaso, no te hagas muchas ilusiones. Aún no sabes cómo son los hombres.
El rostro de Juanita se ensombreció por un momento. Fue a su cuarto y volvió con el mismo sobre del día anterior, aunque mucho más arrugado.
—En realidad no lo necesitamos. Estoy segura de que recuerdas muy bien todo lo que pone. ¿Qué quieres decirle? —preguntó Elisa, cogiendo una hoja de papel de una carpeta.
Juanita se puso nerviosa; ella no sabía qué decir, ni qué hacer. Sólo sabía que Joaquín le gustaba, pero intuía que decir eso no estaría bien.
—No sé, señorita Elisa —dijo la sirvienta, mirando el papel con apuro...
—Vamos a ver, ¿tú quieres que él siga escribiéndote? Ya sabes lo que este chico busca, ¿no? ¿Tú estás de acuerdo?
Juanita seguía sin saber qué decir, retorciéndose en un mar, no de dudas, sino de inseguridades.
—¡Pero qué boba eres, Juani! ¿Quieres a este hombre, sí o no? —La pregunta de Elisa sonó como un ultimátum.
—Sí le quiero —dijo por fin la muchacha, tímidamente...
—Pues venga, vamos a decírselo...
—Ponga usted lo que le parezca —pidió Juanita, llena de vergüenza.
—Está bien... —Elisa garabateó durante unos minutos sobre el folio blanco.
Juanita miraba, sin entender nada, admirando los bellos trazos que la plumilla dejaba en azul oscuro sobre el papel. Sintió orgullo al imaginar a Joaquín recibiendo su carta, tan bien presentada, tan femenina y elegante.
—A ver si te gusta —dijo Elisa tras terminar el escrito, y leyó en voz alta:
Querido amigo Joaquín, me alegro tanto de que esté usted bien y haya hecho buenas amistades entre sus compañeros. Estoy segura de que, siendo un hombre tan valiente y honrado, dejará una huella imborrable allí por donde pase. No vea estos dos años como una condena sino como una oportunidad de conocer más mundo. Recibiré sus cartas con agrado y las contestaré si con ello alivio su pena. Nada me gustaría más que a su regreso pudiésemos reanudar nuestra amistad, interrumpida por sus obligaciones. Espero ese momento con gran ilusión. Reciba mi más afectuoso saludo
—Y tu firma, o sea: Juanita. ¿Qué te parece? —inquirió Elisa.
—Bien... ¿No es un poco fría? Yo lo amo... —dijo Juanita, menos tímida que al principio
—Una señorita no puede decir según qué cosas —aleccionó Elisa—, ya habrá tiempo. Además, él tampoco dice nada. Sólo te pide permiso para escribirte y tú se lo das. No hay que decir más.
—Ya —comprendió Juanita, un poco decepcionada—, está bien. ¿Puede leérmela otra vez?
Elisa releyó el texto despacio, pensando que la muchacha querría aprenderlo de memoria.
Juanita escuchó con atención y por fin sonrió. Elisa tenía razón, una señorita no puede decir más, por el momento. Esperó pacientemente a que Elisa terminase de poner las señas en el sobre.
—Gracias, muchas gracias, señorita Elisa. ¿Puedo acercarme un momento a la estafeta para echar la carta hoy mismo? —Nadie hubiese sido capaz de negarse a una solicitud tan sentida.
—Ve, corre —concedió Elisa, con una sonrisa. Juani voló por la puerta.
—¿Qué estabas haciendo, hija? —preguntó doña Mercedes, al entrar a la salita.
—Escribía una carta al novio de Juani. No te lo he contado aún. Juani recibió ayer carta de un caballero —lo dijo con cierta sorna—, interesándose por ella.
—¡Qué pena! —exclamó doña Mercedes—, con lo mal que está el servicio. Chica que se casa, ¡adiós!
—Bueno, no te preocupes mucho por eso —respondió Elisa, con una carcajada—. No creo que la cosa vaya adelante.
Semanas después, en un cuartel de Santiago de Cuba, un soldado recibía una carta de Madrid. La remitía Juanita Celaya. La abrió rápidamente, ilusionado, y leyó lo que sigue:
Querido amigo Joaquín, me alegro tanto de que esté usted bien y haya hecho buenas amistades entre sus compañeros. Estoy segura de que siendo un hombre tan valiente y honrado dejará una huella imborrable allí por donde pase. No vea estos dos años como una condena sino como una oportunidad de conocer más mundo. No obstante, lamento decirle que no tengo interés en su correspondencia por lo que le agradeceré que no me escriba más. Hay otra persona en mi corazón. Espero que me comprenda. Reciba mi más afectuoso saludo.
—A ver si te gusta —dijo Elisa tras terminar el escrito, y leyó en voz alta:
Querido amigo Joaquín, me alegro tanto de que esté usted bien y haya hecho buenas amistades entre sus compañeros. Estoy segura de que, siendo un hombre tan valiente y honrado, dejará una huella imborrable allí por donde pase. No vea estos dos años como una condena sino como una oportunidad de conocer más mundo. Recibiré sus cartas con agrado y las contestaré si con ello alivio su pena. Nada me gustaría más que a su regreso pudiésemos reanudar nuestra amistad, interrumpida por sus obligaciones. Espero ese momento con gran ilusión. Reciba mi más afectuoso saludo
—Y tu firma, o sea: Juanita. ¿Qué te parece? —inquirió Elisa.
—Bien... ¿No es un poco fría? Yo lo amo... —dijo Juanita, menos tímida que al principio
—Una señorita no puede decir según qué cosas —aleccionó Elisa—, ya habrá tiempo. Además, él tampoco dice nada. Sólo te pide permiso para escribirte y tú se lo das. No hay que decir más.
—Ya —comprendió Juanita, un poco decepcionada—, está bien. ¿Puede leérmela otra vez?
Elisa releyó el texto despacio, pensando que la muchacha querría aprenderlo de memoria.
Juanita escuchó con atención y por fin sonrió. Elisa tenía razón, una señorita no puede decir más, por el momento. Esperó pacientemente a que Elisa terminase de poner las señas en el sobre.
—Gracias, muchas gracias, señorita Elisa. ¿Puedo acercarme un momento a la estafeta para echar la carta hoy mismo? —Nadie hubiese sido capaz de negarse a una solicitud tan sentida.
—Ve, corre —concedió Elisa, con una sonrisa. Juani voló por la puerta.
—¿Qué estabas haciendo, hija? —preguntó doña Mercedes, al entrar a la salita.
—Escribía una carta al novio de Juani. No te lo he contado aún. Juani recibió ayer carta de un caballero —lo dijo con cierta sorna—, interesándose por ella.
—¡Qué pena! —exclamó doña Mercedes—, con lo mal que está el servicio. Chica que se casa, ¡adiós!
—Bueno, no te preocupes mucho por eso —respondió Elisa, con una carcajada—. No creo que la cosa vaya adelante.
Semanas después, en un cuartel de Santiago de Cuba, un soldado recibía una carta de Madrid. La remitía Juanita Celaya. La abrió rápidamente, ilusionado, y leyó lo que sigue:
Querido amigo Joaquín, me alegro tanto de que esté usted bien y haya hecho buenas amistades entre sus compañeros. Estoy segura de que siendo un hombre tan valiente y honrado dejará una huella imborrable allí por donde pase. No vea estos dos años como una condena sino como una oportunidad de conocer más mundo. No obstante, lamento decirle que no tengo interés en su correspondencia por lo que le agradeceré que no me escriba más. Hay otra persona en mi corazón. Espero que me comprenda. Reciba mi más afectuoso saludo.
La carta © Fernando Hidalgo Cutillas 2008
Los mejores cuentos y fábulas en un solo tomo