Desde el verano, Dito había
resuelto que pediría la nueva Play a los Reyes Magos. Su padre pensaba que
aún era muy pequeño para ese juego tan caro y que no estaban los tiempos para
tirar el dinero, pero la madre argumentaba que algunos amiguitos de su edad
también la tendrían y que su hijo no iba a ser menos que los otros. Cuando la hubiera visto
todo el mundo ya la guardarían, si fuera cierto que Dito no tenía aún edad para
manejarla.
El primer domingo de diciembre la
familia fue a ver a Teresa, la abuela paterna, que vivía sola desde que quedó
viuda tres años atrás. No eran frecuentes las visitas y Dito no tenía con ella
mucha confianza. Vivía en un barrio modesto donde la mayoría de los vecinos
eran obreros ya jubilados, igual que fue el abuelo; era un pisito muy sencillo.
Las paredes algo desconchadas y el aspecto lóbrego de la casa daban cierta
repugnancia al pequeño, acostumbrado a las comodidades del apartamento en que
vivía, reparo que sus padres trataban de vencer incitándolo a aceptar la
merienda que la abuela le ofreció.
—Cómete los dulces, que después tendrás hambre y aún tardaremos en volver a casa —decía la madre con cierto deje de superioridad.
Dito se sentó frente al televisor para merendar con intención de ver los dibujos mientras los mayores hablaban.
—¡Ay, cariño!, que lo siento, pero se ha estropeado —lamentó la abuela, apenada de veras—. Hace dos semanas que no funciona, he de avisar para que lo arreglen, pero... —Sonrió, levantó las cejas y extendió las manos—. Te traeré unos tebeos que fueron de tu padre, verás qué divertidos son. Y después te contaré un cuento.
Ya era de noche cuando se despidieron de Teresa y regresaron a su casa. El niño llevaba bajo el brazo un pequeño manojo de antiguas revistas infantiles que la abuela le dio al despedirse con dos sonoros besos. Tomaron el metro y después caminaron unas cuantas travesías por la amplia avenida del barrio donde residían. Dito andaba cabizbajo, inusualmente taciturno y ensimismado.
—¿Teresa es tu mamá? —preguntó a su madre cuando ésta, más tarde, le ponía el pijama.
—No, es la madre de papá.
—¿Y vive sola?
—Ahora sí, antes vivía con el abuelo.
—¿Y por qué no vive con nosotros? —insistió el niño.
—Ella está a gusto en su casa, es mayor y está acostumbrada a sus cosas...
—Pero aquí estaría mejor... ¿Quieres que yo se lo pida?
—No, Dito, no molestes a la abuela con tus tonterías. Venga, haz pipí y vete a la cama —ordenó la madre, dando por terminada la conversación.
El niño captó el desagrado de la madre por el asunto y temeroso de provocar uno de sus enfados se acostó sin rechistar. Pero esa misma noche tomó la decisión: ya no quería la nueva Play; pediría a los Reyes Magos que la abuela fuera a vivir con él.
En la última semana antes de las vacaciones, se presentó en el colegio nada menos que el paje del Rey Baltasar, para recoger las cartas de los pequeños y comprobar si se habían portado bien durante el año. La maestra lo anunció con solemnidad y les pidió que escribieran la carta a los Reyes con su mejor caligrafía. Dito escribió con esmero: Queridos relles magos mi deseo este año no es la plei es que la abuela teresa benga a bibir con migo. Debajo puso su nombre junto a algo parecido a una rúbrica, cerró el sobre y se lo entregó al paje cuando llegó su turno.
Sólo unas pocas de aquellas cartas eran recogidas por los padres. La mayoría quedaban guardadas durante un tiempo hasta que, pasadas las fiestas, eran desechadas. Los padres solían saber lo que sus hijos querían sin necesidad de leerlas. Pero no así esta vez en el caso de Dito; el niño no había dicho nada en casa porque deseaba que fuera una sorpresa.
Llegó el día de Navidad y bajo el árbol apareció la nueva Play. El pequeño abrió el regalo, confuso, hasta que alguien dijo: "Qué bien te habrás portado este año cuando Papá Noel te ha traído ese juguete tan lindo...". Entonces comprendió: "Claro, esto me lo da Papá Noel, que sigue pensando que quiero la Play, a él no le dije nada. Será el día seis cuando los Reyes me concedan mi deseo". Encantado con el equívoco, pasó el día intentando jugar con el artefacto.
La víspera de Reyes es conocida como "la noche de los casados" en algunos lugares, porque los matrimonios suelen salir a divertirse aprovechando la tregua que se produce en las travesuras de los pequeños. Dito estaba muy excitado pensando que al día siguiente la abuela estaría en la casa, contándole aquellas maravillosas historias que tanto le gustaban.
—Acuéstate de una vez y no salgas de tu habitación o los Reyes no te dejarán nada. Entraré a verte cuando vuelva y espero encontrarte bien dormido —ordenó la madre antes de despedirse, dejándole en los labios un sabor extraño y algo picante. Y salió a reunirse con su marido que la aguardaba en el coche frente al portal.
Dito obedeció. Por nada del mundo quería que su deseo se fuera al traste. La inquietud no lo dejaba dormir. No sabía el tiempo transcurrido cuando el teléfono empezó a sonar. Pensó: “¿Serán los Reyes Magos?”. Pero recordó que no debía levantarse. Cerró los ojos y procuró pensar en otra cosa. Y el teléfono sonaba una y otra vez.
Debió de quedarse dormido porque lo despertó el ruido de la puerta de su habitación al abrirse. ¡Era la abuela, qué alegría! Los Reyes habían atendido su carta, por fin la tendría con él para siempre. Pero ¿por qué lloraba? Teresa y su nieto se fundieron en un abrazo. La emoción hizo llorar también al pequeño, sin reparar todavía en los dos guardias municipales que, con gesto sombrío, aguardaban en el pasillo.
—Cómete los dulces, que después tendrás hambre y aún tardaremos en volver a casa —decía la madre con cierto deje de superioridad.
Dito se sentó frente al televisor para merendar con intención de ver los dibujos mientras los mayores hablaban.
—¡Ay, cariño!, que lo siento, pero se ha estropeado —lamentó la abuela, apenada de veras—. Hace dos semanas que no funciona, he de avisar para que lo arreglen, pero... —Sonrió, levantó las cejas y extendió las manos—. Te traeré unos tebeos que fueron de tu padre, verás qué divertidos son. Y después te contaré un cuento.
Ya era de noche cuando se despidieron de Teresa y regresaron a su casa. El niño llevaba bajo el brazo un pequeño manojo de antiguas revistas infantiles que la abuela le dio al despedirse con dos sonoros besos. Tomaron el metro y después caminaron unas cuantas travesías por la amplia avenida del barrio donde residían. Dito andaba cabizbajo, inusualmente taciturno y ensimismado.
—¿Teresa es tu mamá? —preguntó a su madre cuando ésta, más tarde, le ponía el pijama.
—No, es la madre de papá.
—¿Y vive sola?
—Ahora sí, antes vivía con el abuelo.
—¿Y por qué no vive con nosotros? —insistió el niño.
—Ella está a gusto en su casa, es mayor y está acostumbrada a sus cosas...
—Pero aquí estaría mejor... ¿Quieres que yo se lo pida?
—No, Dito, no molestes a la abuela con tus tonterías. Venga, haz pipí y vete a la cama —ordenó la madre, dando por terminada la conversación.
El niño captó el desagrado de la madre por el asunto y temeroso de provocar uno de sus enfados se acostó sin rechistar. Pero esa misma noche tomó la decisión: ya no quería la nueva Play; pediría a los Reyes Magos que la abuela fuera a vivir con él.
En la última semana antes de las vacaciones, se presentó en el colegio nada menos que el paje del Rey Baltasar, para recoger las cartas de los pequeños y comprobar si se habían portado bien durante el año. La maestra lo anunció con solemnidad y les pidió que escribieran la carta a los Reyes con su mejor caligrafía. Dito escribió con esmero: Queridos relles magos mi deseo este año no es la plei es que la abuela teresa benga a bibir con migo. Debajo puso su nombre junto a algo parecido a una rúbrica, cerró el sobre y se lo entregó al paje cuando llegó su turno.
Sólo unas pocas de aquellas cartas eran recogidas por los padres. La mayoría quedaban guardadas durante un tiempo hasta que, pasadas las fiestas, eran desechadas. Los padres solían saber lo que sus hijos querían sin necesidad de leerlas. Pero no así esta vez en el caso de Dito; el niño no había dicho nada en casa porque deseaba que fuera una sorpresa.
Llegó el día de Navidad y bajo el árbol apareció la nueva Play. El pequeño abrió el regalo, confuso, hasta que alguien dijo: "Qué bien te habrás portado este año cuando Papá Noel te ha traído ese juguete tan lindo...". Entonces comprendió: "Claro, esto me lo da Papá Noel, que sigue pensando que quiero la Play, a él no le dije nada. Será el día seis cuando los Reyes me concedan mi deseo". Encantado con el equívoco, pasó el día intentando jugar con el artefacto.
La víspera de Reyes es conocida como "la noche de los casados" en algunos lugares, porque los matrimonios suelen salir a divertirse aprovechando la tregua que se produce en las travesuras de los pequeños. Dito estaba muy excitado pensando que al día siguiente la abuela estaría en la casa, contándole aquellas maravillosas historias que tanto le gustaban.
—Acuéstate de una vez y no salgas de tu habitación o los Reyes no te dejarán nada. Entraré a verte cuando vuelva y espero encontrarte bien dormido —ordenó la madre antes de despedirse, dejándole en los labios un sabor extraño y algo picante. Y salió a reunirse con su marido que la aguardaba en el coche frente al portal.
Dito obedeció. Por nada del mundo quería que su deseo se fuera al traste. La inquietud no lo dejaba dormir. No sabía el tiempo transcurrido cuando el teléfono empezó a sonar. Pensó: “¿Serán los Reyes Magos?”. Pero recordó que no debía levantarse. Cerró los ojos y procuró pensar en otra cosa. Y el teléfono sonaba una y otra vez.
Debió de quedarse dormido porque lo despertó el ruido de la puerta de su habitación al abrirse. ¡Era la abuela, qué alegría! Los Reyes habían atendido su carta, por fin la tendría con él para siempre. Pero ¿por qué lloraba? Teresa y su nieto se fundieron en un abrazo. La emoción hizo llorar también al pequeño, sin reparar todavía en los dos guardias municipales que, con gesto sombrío, aguardaban en el pasillo.
© Fernando Hidalgo Cutillas - 2016