28 de enero de 2018

137ª noche - Bajo el tilo

   Hola, Julia. Aquí estoy otra vez. Deja que me siente, que me fatigan la cuesta y los años. Son
bonitas estas flores, no sé quién te las habrá traído ni quiero saberlo, pero me gustan.

   De camino, he pasado por el parque donde te conocí, ¿recuerdas? Claro que lo recuerdas, ¡cómo podrías olvidarlo...! Fue una tarde de septiembre, ya anochecía y tú estabas sentada en uno de los bancos. Te vi desde lejos, mucho antes de que tú me vieras, y me dije ¡vaya mujer! No sé cómo me atreví a sentarme a tu lado. ¿Me permite...? Me miraste con desdén. "El banco es de todos", respondiste. Eso me gustó. No te rías, no; es la verdad. Bueno, ríe todo lo que quieras, porque yo debí de parecer un pasmado, sin saber qué decir. Si hubieras leído mis pensamientos aún te reirías más. Hace calor... No, no hables del tiempo, que es estúpido. ¿Está esperando a alguien, señorita? Lo más seguro que me hubieras respondido: "Y a usted qué le importa". Y entonces llegó el bendito niño con el balón y te golpeó en la espalda. ¿Le ha hecho daño? ¡Niño, deja ya de joder con la pelota! Y así empezamos.

   He visto el tilo en el que grabamos nuestros nombres. Aún están allí, donde nos prometimos amor eterno, siempre uno para el otro. Nada ni nadie podría separarnos. Tú no cumpliste pero yo sí. Ya ves que cada tarde acudo puntualmente a sentarme en la losa que te cubre. No hay más mujer en mi vida que tú, puedes estar segura.

   Pero hoy vengo disgustado porque hay máquinas trabajando en todo el parque, se ve que van a remozarlo. Ya han empezado a remover la placeta donde estaba nuestro banco y pronto levantarán los parterres que hay alrededor. Y también el tilo, seguro. Eso me duele —¿a ti también?— y me preocupa. Me preocupa que al arrancarlo y excavar la tierra encuentren, allí donde lo enterré, el cuchillo todavía ensangrentado.


© Fernando Hidalgo Cutillas - 2011