—A que no sabes quién anudó el famoso nudo gordiano...
—Ni idea —confesé
—Pues Gordias, tonto, por eso el nombre. ¿O pensabas que era por tratarse de un nudo muy gordo? —Elisa rio, divertida.
—Gordo quizá no, pero enredado debía de serlo, puesto que nadie fue capaz de desanudarlo hasta Alejandro —aclaré, para demostrar que no era un ignorante del tema aunque no recordase al autor del nudo.
—No lo desanudó; lo cortó con la espada, que es distinto. Totalmente opuesto, contradictorio... —Elisa empezaba a dar su opinión con la habitual vehemencia.
—Es lo mismo cortarlo que desatarlo, eso adujo el macedonio.
—¡Qué va! Para desatar el nudo hacía falta habilidad y paciencia. Para cortarlo, sólo ser un poco cafre.
—Bueno, yo creo que en el fondo es sólo una leyenda.
—Está visto que casi todos los personajes famosos de la Historia eran unos cafres muy peligrosos... Ojalá hubiese sido distinto.
Acreonte descendió del trirreme blandiendo su espada y miró, sorprendido, la solitaria playa. ¿No habría lucha? Sus soldados desembarcaron tras él. Entonces distinguió a lo lejos la enjuta figura de un anciano. El caudillo envainó el bronce y aguardó, desafiante. El viejo se acercó hasta detenerse a pocos pasos de él.
—¿Qué buscas aquí, guerrero?
—Traigo a mi gente y con ella mi mundo. El vuestro terminó.
—Nuestro mundo sigue aquí ¿no lo ves? —dijo el anciano, señalando alrededor.
—Y tú, ¿no ves mi espada? ¿Acaso tus palabras cortan más que su filo?
—Ésta es la tierra más antigua de todas las que emergen de las aguas. Sus dioses, los más crueles. No te enfrentes a ellos, vuelve al mar y busca otro rumbo. Eres demasiado joven para morir.
—Por el contrario, tú me pareces demasiado viejo y deslenguado para vivir. Si aprecias tu vida, aparta de mi camino —amenazó Acreonte.
—No es a mí a quien has de vencer, sino al nudo.
—¿Al nudo? ¿De qué nudo hablas?
—Sígueme y te lo mostraré.
El anciano anduvo largo rato, alejándose de la costa. Acreonte y los suyos caminaban tras él, conteniendo el deseo de poner fin a aquella farsa con la curiosidad que el nudo les había despertado. El sol estaba ya muy bajo cuando el viejo se detuvo.
—Aquí está —dijo, señalando al suelo.
Acreonte se acercó y pudo ver una gruesa soga de esparto que, saliendo de la tierra, rodeaba una gran roca a la que estaba anudada.
—Es el nudo de Nirkos, el dios. Sujeta la isla al horizonte. Si se suelta, la isla se hundirá. Yo soy su guardián —explicó el anciano.
—Es el nudo de Nirkos, el dios. Sujeta la isla al horizonte. Si se suelta, la isla se hundirá. Yo soy su guardián —explicó el anciano.
—¡Fantasías, supersticiones! —gritó Acreonte, y soltó una sonora carcajada. Los soldados que lo habían seguido rieron también—. Si el nudo es el problema, acabemos con él.
El guerrero desenvainó su espada y con ella cortó la soga de un solo tajo, por el centro del nudo. En ese momento tembló la tierra con ruido infernal y la isla se hundió, arrastrando en un instante al fondo del mar todo lo que en ella había.
Al día siguiente la isla volvió a emerger y Nirkos rehizo el nudo.
El nudo de Nirkos © Fernando Hidalgo Cutillas
El nudo de Nirkos © Fernando Hidalgo Cutillas
Los mejores cuentos y fábulas en un solo tomo
1 comentario:
Ja, ja, cómo me divierto con Elisa, ¡terrible la elisa! No se aguanta ni ella misma, ja, ja,
¡Y cómo no voy a recordar este cuento! El nudo de Nirkos, ese sí que se las sabía todas.
Besos!
Blanca
Publicar un comentario