21 de octubre de 2016

120ª noche - Entrevista con Adolf Hitler





P. ¿Sabe que han decidido derribar su casa natal?

R. Bueno, de aquello hace 127 años y la casa debe de estar bastante ruinosa...


P. No. Lo hacen para evitar que se convierta en lugar de culto.


R. ¡Ah!, ¿de veras? Tomaré como un halago que 71 años después de mi muerte aún se acuerden de mí. En realidad me es indiferente.

P. ¿Es cierto que usted se suicidó en su búnquer? Algunos piensan que pudo simular su muerte y escapar, como hicieron otros nazis.

R. Alemania
había perdido la guerra...  Si no lo hubiera hecho yo, lo habrían hecho otros y de peor manera. Para mí sólo había dos finales posibles: victoria o muerte. 

P. Se le identifica con la extrema derecha...

R. Eso es una patraña. ¿Sabe usted cómo se llamaba el partido que fundé? Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. ¿Le parece poco claro "socialista" y "obrero"? Yo siempre me dirigí a los trabajadores y ellos fueron los que me lanzaron al poder. Les di la ilusión de volver a ser una gran Alemania. Siempre fui un hombre del pueblo, pero no un comunista. Mucho menos de derechas.

P. ¿Populista?

R. Los alemanes estaban hundidos y había que hacerlos reaccionar. Decirle a un pueblo que es el elegido de Dios, o del destino, o de lo que sea, no era nada nuevo.
 

P. ¿Se arrepiente de algo?


R. Para mí la guerra fue como una partida de ajedrez donde las piezas son sólo trocitos de madera, no cientos de miles de personas que sufren y mueren. Supongo que eso mismo sentiría el presidente Truman cuando ordenó lanzar la bomba de Hiroshima.  Desde el poder se ve otra realidad. Yo viví la Gran Guerra como simple número de tropa y allí aprendí que la vida puede no valer nada. Alemania debía hacer la guerra incluso si había de perderla.

P. ¿Y el holocausto?


R. ¿No ha leído "Mi lucha"? 

P. Sí, pero le estoy preguntando a usted...

R. Todo el mundo sabe lo que yo pensaba, no fue sorpresa para nadie. Los judíos en Europa estaban enquistados, eran una sociedad cerrada por encima de los Estados y dominaban la economía. En la gran inflación de principios de los años 20, no sólo no colaboraron sino que hicieron grandes fortunas especulando con la necesidad de la gente en Alemania. Había que acabar con eso.

P. ¿Y no se le ocurrió otra cosa que exterminarlos?

R. Echarlos bastaba, pero nadie los quiso recibir. No encontré otra solución.

P. ¿Sabe que la inmensa mayoría de la gente en todo el mundo lo considera un monstruo?

R. Ningún país debería verse como se vio Alemania en la tercera década del siglo XX. La economía es el juego de unos pocos privilegiados, pero también el pan de muchos millones de personas. Cuando les falta, puede abrirse la caja de Pandora. En esa caja hay dolor, hay muerte... y hay monstruos. A los que a menudo la gente sigue y aplaude.

P. Veo que domina el populismo como nadie. ¿Quién le enseñó?

R. La vida. Las masas son irracionales y existen mecanismos para manejarlas: los gestos, la oratoria, el eslogan adecuado, mostrarse con superioridad moral, decir lo que quieren oír, los escenarios... ¿Qué piensa usted de que tantos millones de personas me siguieran con fe ciega? ¿No será que había millones de monstruos? Cualquiera puede convertirse en monstruo, yo no vine de otro planeta. Y los inquisidores, que llegaron a quemar a cerca de doscientas personas vivas en una sola hoguera, tampoco eran extraterrestres.  Podría ponerle muchos ejemplos. Esta es la cuestión más importante, porque eso puede volver a suceder.   

P. ¿Quiere decir que volverá a haber alguien como usted?

R. En el mundo sigue habiendo suficiente caos para que no se aprenda ninguna lección de la Historia. Los populismos existirán mientras la gente los siga, y la gente los seguirá mientras no sepa pensar por sí misma.  Desconfíen de los salvapatrias, lo digo por experiencia. Los ingredientes existen, sólo falta la ocasión.

P. ¿Está usted en el infierno?

R. El infierno lo conocí en vida. (Sonríe con tristeza). No, no hay nada de eso. Simplemente se acabó, ni siquiera oí el disparo que terminó conmigo. No estoy en ninguna parte salvo, en este momento, dentro de su cabeza. Y ya me voy.

 
 






 

2 de octubre de 2016

119ª noche - Fábula del marqués de Sarabia


En 1950, el marqués de Sarabia había enviudado y  residía en una lujosa casona con un matrimonio a su servicio. La mujer hacía los trabajos domésticos y el hombre cuidaba del mantenimiento, además de ejercer de chófer. Don Fausto llevaba una vida cómoda, sin sobresaltos, mientras el matrimonio se encargaba de todo lo necesario. Pero un día, como por casualidad, se le ocurrió repasar las cuentas que el servicio le rendía cada semana. Y encontró lo que no había imaginado: el matrimonio no le era fiel, algunas de las anotaciones reflejaban un importe mayor que el de las compras correspondientes. Se entretuvo entonces en revisar todos los tiques y apuntes, y en todos encontró el mismo desajuste. Era un robo sistemático. Muy disgustado, buscó con urgencia sustitutos y despachó a los infieles de inmediato. 

El nuevo matrimonio heredó las funciones del anterior y don Fausto, escarmentado, repasaba diariamente los gastos, feliz al comprobar la fidelidad absoluta de las cuentas que le presentaban. Pero al cabo de pocas semanas, el marqués vio que algunas bombillas de la lámpara del salón principal no lucían. Las comidas, antes sabrosas y saludables, se hicieron sosas, o saladas, o semicrudas, y a menudo indigestas. No fueron pequeños el frenazo y el sobresalto, cuando el coche estuvo a punto de atropellar a una muchacha. Sus libros no estaban donde los había dejado, ni la ropa tan bien planchada como siempre. En suma, su vida confortable se había convertido en una carrera de pequeños obstáculos e incomodidades.

Un domingo, cuando tomaba café en el Casino del Círculo al que pertenecía con don Anastasio, el que había sido su médico de cabecera, ya jubilado y amigo al que aún recurría si lo necesitaba, comentó con éste lo que le había sucedido: la infidelidad primero, la desatención después.

—Ahora me son absolutamente leales. —Terminó así la exposición.
—Sin embargo, estabas mejor antes, ¿no es así?
—¡No puedo consentir que me roben! —Arguyó el marqués, intuyendo la intención de su amigo.
—No, claro que no. Pero ahora controlas las cuentas, cosa que antes no hacías...
Don Fausto asintió en silencio. El viejo doctor continuó:
—El ser humano puede contener muchas virtudes, y también muchos defectos. Unas y otros conviven y se desarrollan según las circunstancias. Tus primeros sirvientes cumplían muy bien sus obligaciones, pero la tentación de sisarte los venció, porque les pareció fácil y sin consecuencias. Si no lo hubieras descubierto, estarías feliz. Lo que te robaban, ve a saber desde cuándo, no suponía para ti ningún problema. Sin embargo ahora estás a disgusto, tu casa se deteriora, tu salud también, y no sería raro, por lo que me explicas, que cualquier día tengas un percance con el coche. Y, cuidado, no hayan encontrado éstos un modo más discreto de sisarte. Creo, y no te enojes conmigo, que tú tienes la culpa. En tu lugar, yo recuperaría al anterior matrimonio, así volverás a tener la vida tranquila de antes. Pero, eso sí, ¡vigila bien las cuentas!