P. ¿Sabe que han decidido derribar su casa natal?
R. Bueno, de aquello hace 127 años y la casa debe de estar bastante ruinosa...
P. No. Lo hacen para evitar que se convierta en lugar de culto.
R. ¡Ah!, ¿de veras? Tomaré como un halago que 71 años después de mi muerte aún se acuerden de mí. En realidad me es indiferente.
P. ¿Es cierto que usted se suicidó en su búnquer? Algunos piensan que pudo simular su muerte y escapar, como hicieron otros nazis.
R. Alemania había perdido la guerra... Si no lo hubiera hecho yo, lo habrían hecho otros y de peor manera. Para mí sólo había dos finales posibles: victoria o muerte.
P. Se le identifica con la extrema derecha...
R. Eso es una patraña. ¿Sabe usted cómo se llamaba el partido que fundé? Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. ¿Le parece poco claro "socialista" y "obrero"? Yo siempre me dirigí a los trabajadores y ellos fueron los que me lanzaron al poder. Les di la ilusión de volver a ser una gran Alemania. Siempre fui un hombre del pueblo, pero no un comunista. Mucho menos de derechas.
P. ¿Populista?
R. Los alemanes estaban hundidos y había que hacerlos reaccionar. Decirle a un pueblo que es el elegido de Dios, o del destino, o de lo que sea, no era nada nuevo.
P. ¿Se arrepiente de algo?
R. Para mí la guerra fue como una partida de ajedrez donde las piezas son sólo trocitos de madera, no cientos de miles de personas que sufren y mueren. Supongo que eso mismo sentiría el presidente Truman cuando ordenó lanzar la bomba de Hiroshima. Desde el poder se ve otra realidad. Yo viví la Gran Guerra como simple número de tropa y allí aprendí que la vida puede no valer nada. Alemania debía hacer la guerra incluso si había de perderla.
P. ¿Y el holocausto?
R. ¿No ha leído "Mi lucha"?
P. Sí, pero le estoy preguntando a usted...
R. Todo el mundo sabe lo que yo pensaba, no fue sorpresa para nadie. Los judíos en Europa estaban enquistados, eran una sociedad cerrada por encima de los Estados y dominaban la economía. En la gran inflación de principios de los años 20, no sólo no colaboraron sino que hicieron grandes fortunas especulando con la necesidad de la gente en Alemania. Había que acabar con eso.
P. ¿Y no se le ocurrió otra cosa que exterminarlos?
R. Echarlos bastaba, pero nadie los quiso recibir. No encontré otra solución.
P. ¿Sabe que la inmensa mayoría de la gente en todo el mundo lo considera un monstruo?
R. Ningún país debería verse como se vio Alemania en la tercera década del siglo XX. La economía es el juego de unos pocos privilegiados, pero también el pan de muchos millones de personas. Cuando les falta, puede abrirse la caja de Pandora. En esa caja hay dolor, hay muerte... y hay monstruos. A los que a menudo la gente sigue y aplaude.
P. Veo que domina el populismo como nadie. ¿Quién le enseñó?
R. La vida. Las masas son irracionales y existen mecanismos para manejarlas: los gestos, la oratoria, el eslogan adecuado, mostrarse con superioridad moral, decir lo que quieren oír, los escenarios... ¿Qué piensa usted de que tantos millones de personas me siguieran con fe ciega? ¿No será que había millones de monstruos? Cualquiera puede convertirse en monstruo, yo no vine de otro planeta. Y los inquisidores, que llegaron a quemar a cerca de doscientas personas vivas en una sola hoguera, tampoco eran extraterrestres. Podría ponerle muchos ejemplos. Esta es la cuestión más importante, porque eso puede volver a suceder.
P. ¿Quiere decir que volverá a haber alguien como usted?
R. En el mundo sigue habiendo suficiente caos para que no se aprenda ninguna lección de la Historia. Los populismos existirán mientras la gente los siga, y la gente los seguirá mientras no sepa pensar por sí misma. Desconfíen de los salvapatrias, lo digo por experiencia. Los ingredientes existen, sólo falta la ocasión.
P. ¿Está usted en el infierno?
R. El infierno lo conocí en vida. (Sonríe con tristeza). No, no hay nada de eso. Simplemente se acabó, ni siquiera oí el disparo que terminó conmigo. No estoy en ninguna parte salvo, en este momento, dentro de su cabeza. Y ya me voy.