13 de julio de 2020

165ª noche - La parada del 28

  Las paradas de autobús son lugares incómodos y desesperantes. Sin embargo, a base de coincidir día tras día, no es raro que se fragüen en ellas amistades duraderas, aunque casi siempre superficiales.

       Hace tiempo conocí a Luis, un hombre más o menos de mi edad que vivía en el mismo barrio que yo y también trabajaba por el centro. Todos los días laborables, a las siete y media en punto de la mañana, nos encontrábamos en la concurrida parada de la línea 28 de la calle Rosales. Un día comenzamos una conversación trivial —que si tarda el autobús, que si va a llover―, asuntos sin importancia que poco a poco derivaron hacia temas más personales. Y así empezó nuestra amistad.
      El trayecto en común duraba unos veinte minutos. Él se apeaba en la plaza del Ángel y yo seguía unas pocas paradas más, hasta la óptica donde trabajo. Luis era viudo; en un accidente de tren murieron su esposa y su único hijo, de eso hacía entonces unos cinco años. Trabajaba como encargado en un pequeño taller de relojería. Lo supe cuando se estropeó mi reloj y él se ofreció a arreglarlo. En correspondencia, le conseguí un notable descuento cuando tuvo que renovar sus lentes.
      Al cabo de un año más o menos, una mañana Luis no apareció. Ni al día siguiente. Una baja médica, vacaciones... Imaginé cualquier causa común, aunque en los días anteriores nada me había comentado. Hasta entonces siempre había avisado de sus ausencias. Durante un par de semanas esperé verlo reaparecer en cualquier momento, pero al mes olvidé el asunto. Deduje que así son estas amistades, un simple cambio de horario o de lugar de trabajo... y adiós.
      Pasaron casi dos años y no había vuelto a acordarme de él, pero ayer volví a verlo. Con algunos diarios bajo el brazo, caminaba despacio cerca del bordillo en la acera contraria y empujaba un carrito de la compra. Empezaba yo a cruzar la calle para saludarlo, cuando él se detuvo frente a un contenedor de basura, lo abrió y comenzó a hurgar en el contenido. Paré en seco como si hubiera chocado contra una pared invisible. Con la ayuda de un bastón, sacó algunas cosas, las puso en el carrito, que cerró con su cremallera, y siguió su camino.
      Pasó frente a mí mirando al suelo, estoy seguro de que no me vio. No llevaba sus gafas. Algo más adelante se detuvo de nuevo junto a otro contenedor y repitió la operación, aunque esta vez no sacó nada. Lo vi alejarse mientras yo, pasmado, no sabía qué hacer. Seguí allí parado, mirándolo como un idiota hasta que desapareció tras los coches aparcados.
      Anduve hasta la parada del autobús. El reencuentro me había perturbado. Mientras esperaba hojeé el periódico para distraerme, sin conseguirlo. De pronto me sentí cómplice de una gran injusticia. Lancé el diario a la papelera y eché a correr en la dirección que él había tomado. A unas dos manzanas de distancia lo vi de nuevo, otra vez buscando en la basura. Me acerqué despacio; no se dio cuenta hasta que estuvimos a escasos metros. Me miró, entornando los párpados. Una profunda tristeza se dibujó en su cara. Esquivó la mirada, avergonzado. Llegué hasta él y le di un abrazo, ninguno de los dos dijo nada. Noté sus lágrimas y no pude contener las mías, más de rabia que de pena. "Saldremos adelante, Luis, saldremos adelante".

© Fernando Hidalgo Cutillas - 2012
Todos los derechos reservados - Prohibida la reproducción

LO QUE SUCEDE CUANDO EL ESTADO QUIEBRA.
      NO HAY QUE TOMAR A BROMA LAS INSENSATECES POPULISTAS:

Dimitris Christoulas fue un farmacéutico griego que se suicidó disparándose un tiro frente al parlamento griego como protesta por su situación personal y la situación social general provocada por crisis económica de Grecia. Estaba casado y tenía una hija, Emmi Christoulas. Vendió la farmacia que regentaba en 1994, vivía de una pensión que él mismo había pagado sin ayuda del Estado.

El 4 de abril se quitó la vida de un disparo públicamente, frente al Parlamento Helénico, en la Plaza Síntagma. El funeral se celebró en Atenas el 7 de abril. El cuerpo de Dimitris Christoulas se trasladó a Bulgaria para ser incinerado, conforme a sus deseos.

Dejó una nota manuscrita, encontrada en sus bolsillos:

El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría) no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir... Dimitris Christoulas, 4 de abril de 2012


Más información en 
https://es.wikipedia.org/wiki/Dimitris_Christoulas
https://elpais.com/internacional/2012/04/04/actualidad/1333558604_962099.html

1 comentario:

Blanca Miosi dijo...

Tu relato es conmovedor, Fernando, derivada de una situación real que debe darse en más casos de los que imaginamos. ¿Cuántos hurgadores de contenedores de basura fueron ciudadanos que seguía las normativas impuestas por una sociedad que incita a cumplir la leyes, mientras los legisladores no las cumplen?