
Pero hoy partí temprano, de buen puerto, en buena barca, con buen rumbo, sin hacer caso a las voces grises. Como siempre.
—¡Cálmate, mar, yo te lo ordeno! ¿Con qué derecho me amenazas? ¿No has oído hablar del imperio del hombre? —clamo desde hace horas con toda mi potestad a este embravecido océano.
Tantas horas, que mi garganta ha claudicado, incapaz de producir sonido alguno. Ya sólo queda el bramido del mar, mientras la tormenta desarbola mi barca, simple cascarón a merced de la tempestad. Las olas ríen, como ninfas perversas en su montaña rusa. Y mientras aguardo el momento final, ya sin esperanza, lo comprendo. Siempre ha sido así, todo lo demás es sólo una quimera. Aquí abajo siempre estuvo el mar, el oleaje, la tormenta...
©Fernando Hidalgo Cutillas - 2011
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2 comentarios:
Una magnífica alegoría, Fernando. La vida es así, tiene tormentas y días calmos, y nos creemos diodes hasta que topamos con la primera tormenta, entonces comprendemos que existe el abismo, ahí abajo.
Buen relato. Eso es la vida, una tormenta a la que hay que enfrentar a diario.
Abrazos.
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