Dies irae
Fernando Sánchez Dragó, 20 agosto 2017
El Mundo
Dé el lector por sabidos los comentarios de rigor. Superfluo sería repetirlos. De eso ya se encargan los discos rayados de los medios de comunicación, las fatuas declaraciones de los políticos, la tediosa algarabía de las tertulias y los insulsos comentarios de la gente recogidos por las alcachofas de los reporteros. Hablaré aquí de otras cosas. Hablaré de la irritación que me produce la superficialidad, por no decir estupidez, de tan inútiles jeremiadas. Magro consuelo es el de verificar que proceden no sólo del solar patrio, sino de todos los países agredidos. Golpes de pecho nunca hay, pese a la evidencia de que la culpabilidad del terrorismo islámico no se limita a las alimañas que lo perpetran. De él son remotos responsables el entreguismo de la Unión Europea, el relativismo de quienes aún creen en la posibilidad de una alianza de civilizaciones, el utopismo de quienes elevan a religión la democracia, el buenismo de quienes ofrecen la mejilla izquierda (va con segundas) a los que abofetean la derecha, el garantismo de quienes interpretan los derechos humanos como patentes de corso, el quintacolumnismo de las organizaciones que fomentan y amparan la inmigración, el maricomplejismo de los caporales de la res pública, el chapapote multiculturalista de la progredumbre, la felonía de lo que en Francia llaman la Gran Sustitución, la vanidad de cuantos de tanto hacer el bien, como decía Tagore, se olvidan de ser buenos, la vulnerabilidad de la globalización regida por internet y la supina ignorancia de quienes no han hojeado el Corán. En él (o al menos en su belicosa interpretación) radica el origen del problema. También en la naturaleza humana y en el integrismo presente o latente en las religiones monoteístas. No es cierto, dígalo quien del Rey abajo lo diga, que todos seamos Barcelona, ni que no tengamos miedo, ni que los valores de Occidente sean los de la libertad, ni que el terrorismo se combata con más democracia, ni que los terroristas estén siendo derrotados. Esa derrota, desde luego, no se conseguirá orquestando minutos de silencio, ni encendiendo velitas junto a ositos de peluche en los lugares de autos, ni aplaudiendo al paso de los féretros de las víctimas, ni proclamando nuestra solidaridad con sus familias, ni poniendo bolardos, ni acogiéndonos a la fácil demagogia del no pasarán. Dejémonos de tontunas, cortemos la cabeza de la hidra, crucemos el Rubicón. O césar o nada.
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