El tío de los muertos es un viejo conocido desde los años sesenta del siglo pasado, cuando se pasaba por casa para cobrar el recibo del seguro de entierro. "Santa Lucía —decía mi madre—. Ya está aquí el de los muertos". Y le pagaba las pesetas que costaba mensualmente el seguro para que, en caso de defunción, cada uno de nosotros pudiera ser enterrado. Y es que eso del entierro era caro. Como el dentista y el notario, algo al alcance sólo de las personas pudientes. Y así, pagado mes a mes, se notaba menos. Después, cuando llegaba el momento del "siniestro", la compañía ponía el coche fúnebre, el de acompañamiento y las flores según la categoría correspondiente a la prima que se eligió. Yo, que ya no era tan pequeño, me preguntaba qué pasaría a la gente que no tuviera seguro. Y los mayores me decían que, aparte los ricos que se pueden permitir cualquier cosa, los demás tendrían un entierro miserable, poco menos que echarlos a patadas de este mundo, en ataúdes como cajas de huevos. Por eso la gente de bien se procuraba un seguro con instinto de protección, que no era bueno ser la comidilla del barrio en estas cosas. Y como la muerte ronda siempre a todo el mundo y la edad no pone a nadie a salvo, también a mí, con mis catorce años recién cumplidos, me aseguraron el entierro en una categoría intermedia, ni mucho ni poco. Ni Seat 1500 gris, pero tampoco Cadillac negro.
He tenido la fortuna de no haber hecho uso del seguro todavía, después de cincuenta años de pago mensual de las cuotas. A precio actual, 13 euros al mes, durante 50 años = 7.800 euros, cualquiera diría que ése es un dinero que he capitalizado para mi entierro, que ya casi me estaría alcanzando para uno a la federica. Pero he aquí que hace un par de años reparé en una carta de la aseguradora que me comunicaba un aumento sustancial de la cuota, en consonancia con el aumento del coste de los servicios funerarios en mi ciudad. Y que, si no pagaba, se anulaba la póliza sin más; todo perdido. Nada de capitalización. Esa prepotencia se me atragantó.
En primer lugar, el seguro de entierro no es un seguro propiamente dicho, porque el siniestro se va a producir antes o después con toda certeza. Se parece más a un fondo de pensiones que a un seguro, pues se orienta a un hecho que con toda probabilidad se va a cumplir: la defunción y el entierro. Si alguien se asegura contra incendio, o accidente de tráfico, probablemente ni una ni otra cosa se produzcan y una vez pasado el periodo que cubre cada prima, se liquida el asunto y listo; o se renueva. Pero si se asegura el entierro, tenga usted por cierto que llegará el momento en que el hecho se producirá. Las excepciones son escasísimas: incidente en el que no se pueda recuperar el cadáver (en los accidentes aéreos o marítimos suele pasar), arrebatamiento a los Cielos como el profeta Daniel, ascensión tras el tránsito como la Virgen... en general, muy pocas. Entonces ¿por qué se plantea como un seguro algo que debería ser una capitalización? ¿Por qué después de haber pagado durante cincuenta años un seguro de entierro, sin duda mucho más de lo que el entierro vale, se me advierte de que el impago de cualquier cuota me dejará sin derecho alguno? ¿Por qué después de haber pagado mi entierro durante cincuenta años, en lugar de decirme: "Mire, usted ya ha pagado de sobra su entierro, ya no es necesario que pague más", o "Le vamos a reducir la cuota", en lugar de eso me dicen "Le subimos la cuota porque ha subido todo, y si no paga va a enterrarle Rita, la que canta, que nosotros no"? Auténtico instinto de protección.
Eso me irritó, como decía antes, cuando hace un par de años caí en esa cuenta. Miré entonces con curiosidad qué me esperaba cuando, frío y callado, no pudiera darme cuenta de nada. "Cien recordatorios a cuatro colores con oración a elegir, libro de condolencias, dos coches negros —uno para el cadáver y otro para el acompañamiento—, unas cuantas flores, alquiler de nicho o cremación, sala de esto, sala de lo otro, preparación del despojo para evitar sorpresas desagradables (Loctite por aquí, Loctite por allá), algún padrenuestro... y todo eso me resultó desagradable y excesivo. Como están los tiempos, yo sólo quisiera desaparecer con el menor ruido posible. Llamé a la aseguradora y les exigí que no volvieran a subirme ni un céntimo la prima. No la anulé por consideración a los familiares que me sobrevivan, pero ganas me dieron. Les costó aceptar mis condiciones, pero finalmente pasó una agente por casa para que firmara mi renuncia a la actualización anual. Como yo no podré verlo, me perderé el show en el que la misma agente tratará de tomar el pelo a mis deudos esgrimiendo ese documento que firmé aquella tarde. Pero ojos que no ven... Esa batalla la tengo ganada porque a mí me va a dar todo absolutamente igual. Si tengo ocasión, les dejaré dicho: "No soltéis ni un euro".
Y en segundo lugar, algo que es más importante: ¿Sabéis por qué los entierros son tan caros, que parece que sólo se puedan morir los ricos? ¿No lo sabéis? Pero si es muy fácil: PORQUE PAGAMOS SEGUROS DE ENTIERRO. Si no tuviéramos ese seguro, cuando se muriera un familiar y vinieran del ayuntamiento o de donde sea que vengan esos buitres a cobrar por enterrar el fiambre, los echaríamos de la casa a collejas. ¿De dónde sacar tres o cuatro mil euros, cuando en España se vive al día y con lo justo? Pero, claro, como se ha pagado el seguro mes a mes... Una familia de tres personas ¿cuánto paga? Cerca de 50 euros, ¿no? No está al alcance de cualquier mileurista. Quizá se olvidó la Constitución de darnos el derecho, además de a una vivienda y a un trabajo dignos, a un entierro digno y asequible, que no sea un negocio. Porque somos una sociedad moderna, con principios, no carroñera, y la muerte ya es bastante desgracia como para que vengan a sacarnos los cuartos en ese trance, aprovechando que estamos en horas bajas, con urgencia y cierto despiste. Que no estamos en el Antiguo Egipto, ni el abuelo es faraón, ni el triste nicho es una pirámide. Ten una cosa bien clara: con seguro o no, en casa no te van a dejar. Si no lo pagáis como si lo pagáis, os echarán tierra encima, que debajo no os va a faltar. ¿Qué sucede con toda esa gente de aquí y de allá, cada vez más, que no paga ni el seguro ni el entierro? ¿Pensáis que se pudren en su casa?
2 comentarios:
En el suretes de México, los pobres tenemos una especie de seguro. Cuando alguien muere, todos los asistentes al funeral aportan una cantidad voluntaria para los gastos del entierro. A mayor grado de parentesco, mayor el monto de aportación.
Damos por hecho que mientras una persona tenga parientes o buenos vecinos, no irá a la fosa común, y que esa cuota aportada para entierros ajenos, tarde o temprano será recuperada en el propio.
Genial, no lo recordaba, fer. Qué buen rema y qué bien escrito
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