Pese a la aparente calma, en el enjambre crece la tensión por momentos. Las abejas obreras están alteradas, en sus idas y venidas emiten un zumbido especial, que zánganos, princesas y reina no saben cómo interpretar. Pero la vida, por ahora, continúa sin sobresaltos.
Entre las obreras destaca una de aspecto robusto, parece un zángano. Se la puede ver en casi todos los corros, zumbando con sus alas más fuerte que ninguna otra. Es un lenguaje que sólo ellas conocen:
—Trabajamos como esclavas sólo para ella y sus secuaces, esos zánganos que no dan golpe en todo el día pero viven a cuerpo de rey. Y las princesitas ¡qué se habrán creído! Ningún derecho tenemos, sólo ir a buscar comida, cuidar de sus hijos, construir el panal, limpiar, ventilar la colmena... No es justo.
La obrera robusta zumba fuerte, con indignación, las otras la escuchan con interés y repiten el mensaje con sus alas. Los corrillos se hacen más numerosos, el mensaje crece y se multiplica:
—No podemos seguir así ni un día más. No tienen derecho a esclavizarnos, juntas podemos cambiarlo todo...
Llega el momento en que las obreras, todas reunidas, zumban al unísono y del enjambre se desprende el fuerte olor que presagia tormenta. Los pájaros y otros habitantes del lugar se alejan con prudencia del árbol donde todo ello sucede. Y, de pronto, silencio absoluto.
La revuelta ha empezado. Obreras sedientas de venganza irrumpen en los pasillos de la colmena. Los huevos y pequeñas orugas que ocupan las primeras celdas son devorados o arrojados al vacío. Los zánganos, sorprendidos por el repentino ataque, sufren igual suerte, mas unos pocos consiguen escapar volando desesperadamente. Llevan consigo a las pocas princesas que se han librado del ataque de sus antiguas nodrizas. La reina, abandonada a su suerte e incapaz de moverse con su abdomen enorme, es destrozada a aguijonazos. La colmena es ahora libre.
Las obreras pasan el tiempo tomando su propia miel, antes vedada. Son felices, el dulce néctar las emborracha de placer. Transcurre así un par de días descansando, dueñas de sí mismas. Pero al tercero, ahítas ya de miel y de descanso, un zumbido distinto empieza a correr de celda en celda.
—¿Qué haremos ahora? ¿Quién tendrá los hijos? ¿Cuáles de nosotras irán a libar las flores y harán la miel, que ya escasea?
La "obrera zángano" trata de tranquilizar a sus compañeras dibujando un futuro feliz, sin ataduras, pero no consigue convencerlas.
—¡Una colmena sin reina!, ¿cuándo se ha visto? Necesitamos abejitas que cuiden de lo nuestro cuando nosotras no podamos. ¡Ay, Dios, qué hemos hecho! —se lamentan.
La colmena es grande y, con la esperanza de haber pasado por alto algunas de las celdas de las crías, la registran a fondo. Tal como han imaginado, en las zonas más alejadas de la entrada, unas pocas celdas han escapado del ataque y unos cuantos huevos permanen intactos y a punto de eclosionar. Suspiran con alivio: aún habrá solución. Pero la "obrera zángano" con las más furiosas de sus secuaces las han seguido y arrasan por completo la zona que se libró del anterior ataque. Ya no habrá más reinas en esa colmena.
El zumbido del enjambre suena a llanto y del árbol se desprende el olor de la muerte. La obreras no comen, no trabajan en los pasillos ni van a buscar polen. Solo mueven las alas como chicharras ociosas. Unas pocas van y vienen de árboles cercanos. Y una de ellas trae la noticia: en la encina cercana al riachuelo, una de las princesas se ha instalado. Ya es reina, y, con su pequeño séquito, se ha iniciado una colmena nueva.
Corre otra vez la noticia de ala en ala, un fragor de culpa y arrepentimiento con unas notas de temor. ¿Las aceptarán, después de lo ocurrido? ¡Cómo podrían impedirlo! Ellas son muchas y el nuevo enjambre es muy débil. Las necesitan. En realidad, las necesitan tanto que ya nada será como antes. Porque ahora las obreras tienen el poder y son ellas las que deciden.
El enjambre ha recuperado la vida anterior, en otro lugar, con una nueva reina. Hace tiempo que los zánganos desaparecieron, inútiles tras el apareamiento. Las obreras son las únicas que trabajan, nuevas princesitas han venido al mundo y los necesarios zanganillos reaparecerán pronto. Todo es igual que era antes. Pero ahora las obreras están tranquilas, se sienten libres. Aunque siguen haciendo lo mismo, hacen lo que decidieron hacer .
Hasta que, con el paso del tiempo, lo olviden. Entonces, pese a la aparente calma, en el enjambre crecerá la tensión por momentos. Las abejas obreras estarán alteradas, en sus idas y venidas emitirán un zumbido especial...