Vi a Ernesto tan hundido que pensé que no saldría adelante. Por eso, le pedí a mi amiga Gloria que echara al correo una carta seis meses después de que yo me hubiera ido. Casi se cae de espaldas al reconocer mi letra. Le rogaba que rehiciera su vida, que no debe quedarse solo, que yo hubiera hecho eso mismo.
Lo que yo no podía imaginar es que los antiguos egipcios tenían razón y mi ka andaría algún tiempo vagando por aquí. Y tampoco sabía que mi amiga Gloria es una lagarta de cuidado. Y ahora, desde que convencí a Ernesto con la maldita carta, he de verlo a diario andar tras ella como un tortolito, mientras Gloria luce las joyas que una vez fueron mías y yo me muerdo las uñas de este jodido ka esperando el juicio de Osiris, en algún lugar entre la vida y la muerte.
©Fernando Hidalgo Cutillas - 2012
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