Muruni estaba profundamente enamorado de una de las muchachas de la tribu. La asediaba a todas horas pero ella lo miraba con desdén y se burlaba de sus pretensiones. Decidió visitar a Prune, la vieja hechicera, y pedir su ayuda. Le contó su pena y le rogó que consiguiera que la joven lo amase eternamente.
—¿Estás seguro de lo que me pides?
—Más que de la luz del día —respondió él.
Prune arrancó una ramita de la acacia sagrada y se la entregó.
—Dale estas hojas a tu amada. Si ella las toma en su mano no hará falta más.
—¿Estás seguro de lo que me pides?
—Más que de la luz del día —respondió él.
Prune arrancó una ramita de la acacia sagrada y se la entregó.
—Dale estas hojas a tu amada. Si ella las toma en su mano no hará falta más.
Muruni corrió al poblado, buscando a la joven. Ella estaba junto al ganado cuando el guerrero se acercó y, sin mediar palabra, extendió el brazo con la rama de acacia. La muchacha la miró con desprecio, pero la cogió.
A partir de ese instante todo cambió para Muruni. Ella le demostraba su amor de forma apasionada día tras día. Pasaron varias lunas sin que se agotara el fuego que la ramita logró prender, tal como Prune había prometido. Pero algo no iba bien. Muruni, una vez calmado el ardor de sus deseos, empezaba a sentirse agobiado por ese amor desmedido y constante. Volvió a ver a la hechicera:
—Oh, madre Prune, se ha acabado el amor, tu hechizo no es bueno —se quejó.
—¿Acaso ella ha dejado de amarte, joven Muruni?
—No, pero el amor se ha ido... Esto no es lo que yo pedí.
—Tú pediste el eterno amor de ella. No dijiste nada de tu amor. No debes quejarte porque tienes lo que deseabas. Eternamente.
©
Fernando Hidalgo Cutillas - 2012
Los mejores cuentos y fábulas en un solo tomo
2 comentarios:
La vida es así, cuando obtenemos algo que deseábamos con ardor se acaba la magia.
Abrazos.
Debemos tener mucho cuidado con lo que pedimos. Mejor es no desear nada.
Besos!
Blanca
Publicar un comentario