La señora Cabra y el señor Cerdo aguardaban impacientes tras la línea dibujada en el suelo frente al mostrador que lucía el rótulo 'Oficina de Agravios'. Detrás del tablero, Miss Mare —ella se empeñaba en que la llamasen así desde que supo que sus antepasados procedían de Edimburgo— atendía con amabilidad a una joven gallina que, con aspecto indignado, rellenaba a toda prisa un impreso oficial, murmurando:
—Una hace lo que le da la gana sin que nadie tenga que venir a criticar, ¡sólo faltaría eso! ¿A usted no le gustan los caballos? —Miss Mare se ruborizó, a pesar de que obviamente la pregunta era retórica—. Pues a mí me gustan los gallos. ¡Y no conozco otra forma de tener polluelos!
Con gesto airado la señorita Gallina rubricó el impreso y lo entregó a su interlocutora que, tras estampar un sello de fechas, lo depositó en una bandeja, a su izquierda.
—Ya está en marcha su reclamación. Dentro de unos días recibirá noticias del Comité. No se impaciente, el proceso es un poco largo, la comunicación con los humanos no es fácil. Buenas tardes. —Miss Mare, aliviada por haber terminado la entrevista, despidió a la gallina, bebió un sorbo del refresco de alfalfa que ocultaba bajo el tablero y anunció en voz alta:
—¡El siguiente…!
La cabra avanzó hasta situarse frente a ella.
—¿Qué hay de lo mío, se sabe algo o qué? —espetó, a modo de saludo.
—Pero usted presentó ayer su reclamación. No ha habido tiempo... —explicó su interlocutora, reconociéndola.
—¿Ayer? Por la mañana, ¿no? ¿O fue por la tarde? Es mucho tiempo...
—Más o menos se demora un mes, a veces más... Tenga paciencia.
De un salto la cabra subió al mostrador y empezó a caminar entre los papeles que había sobre él.
—Por favor, baje de ahí enseguida —suplicó Miss Mare.
La cabra parecía no oírla. De un nuevo salto colocó sus cuatro pezuñas sobre un pesado pisapapeles de granito y se quedó inmóvil.
—Tendré que dar parte de su comportamiento en esta oficina, eso no favorecerá a su reclamación —amenazó la funcionaria.
—Está bien, está bien, ya bajo...
—¡Hasta el suelo! —ordenó la yegua con firmeza.
Aliviada, comprobó que la cabra, por una vez, hacía caso. Sólo deseaba que la señora Cabra desapareciese cuanto antes, le daba igual que se la tragara la tierra o la abdujese un platillo volante.
—Entonces, ¿cómo quedamos? ¿Vuelvo mañana?
—¡No, no venga mañana! —estalló Miss Mare, golpeando con fuerza la madera del mostrador.
La cabra se desplomó como si le hubiesen disparado. Rápidamente se acercaron dos miembros de seguridad.
—¿Otra vez ella? —comentó el agente Perro con fastidio—. Ayúdame a sacarla de aquí —pidió a su compañero—, a ver si con el fresco se le pasa.
El señor Cerdo miró a la yegua con aire indeciso, sin atreverse a avanzar. No sabía si era buen momento para abordarla.
—Pase, pase —pidió Miss Mare, con deseos de terminar cuanto antes su trabajo.
—He recibido esta carta... —dijo el cerdo, mostrando un papel que sacó de un sobre sucio y arrugado.
—Ah, sí. El secretario del Comité lo está esperando. Sígame, por favor...
El señor Cerdo fue tras la yegua hasta un despacho situado al fondo del vestíbulo. Sentado tras una mesa cubierta de papeles, el secretario levantó la vista al notar su presencia. Miss Mare se dirigió hacia él y le mostró la carta, comentando algo en voz baja, antes de dejarlos solos.
—Siéntese, por favor —pidió el secretario—. Verá, señor Cerdo, como sabe ya es la cuarta vez que presenta usted este tipo de reclamación...
—Por supuesto, es un caso grave. Nunca he visto nada igual, señor Lince. Los humanos la han tomado conmigo.
—A ver... —Lince echó un vistazo al expediente que tenía sobre la mesa—. Cuando usted era conocido como señor Marrano se quejó de que su nombre fuese equivalente a un insulto, a alguien de aspecto sucio y desaliñado. Su reclamación fue atendida y se le cambió el nombre, que pasó a ser señor Puerco. Pero poco después, también puerco se transformó en insulto, con el mismo significado. De nuevo atendimos su queja y le dimos un nuevo nombre: señor Guarro. No había pasado un año y tuvimos el mismo problema. Por tercera vez se le rebautizó y a pesar de todo seguimos en lo mismo...
—Ya le digo, es un acoso inaudito —explicó el cerdo, satisfecho por la clara exposición del problema que había hecho el señor Lince.
—Esto... señor Cerdo... —El secretario parecía elegir cuidadosamente las palabras—. ¿Usted no ha pensado que podría haber un motivo para este “acoso”?
—¿Motivo? —El cerdo estaba sorprendido—. ¿Qué motivo podría haber? No comprendo...
—Mire, está claro que, se llame usted como se llame, al cabo de poco tiempo ese nombre equivale al de alguien sucio. Ya sabe como es el cerebro de los humanos, tan aficionados a la analogía...
—¿Está usted insinuando...?
—No; insinuando no. Estoy explicándole cuál es el problema y por qué los cambios de su nombre son inútiles. Y ahora le voy a dar la solución.
El señor Lince abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó un paquete pequeño, que dejó sobre la mesa al alcance del señor Cerdo. Este lo cogió y arrancó con rapidez el envoltorio de papel. Apareció una pastilla de jabón.
—¡Y no meta las patas en la comida! —oyó decir al secretario, mientras él abandonaba el despacho, como siempre, cabizbajo
—Una hace lo que le da la gana sin que nadie tenga que venir a criticar, ¡sólo faltaría eso! ¿A usted no le gustan los caballos? —Miss Mare se ruborizó, a pesar de que obviamente la pregunta era retórica—. Pues a mí me gustan los gallos. ¡Y no conozco otra forma de tener polluelos!
Con gesto airado la señorita Gallina rubricó el impreso y lo entregó a su interlocutora que, tras estampar un sello de fechas, lo depositó en una bandeja, a su izquierda.
—Ya está en marcha su reclamación. Dentro de unos días recibirá noticias del Comité. No se impaciente, el proceso es un poco largo, la comunicación con los humanos no es fácil. Buenas tardes. —Miss Mare, aliviada por haber terminado la entrevista, despidió a la gallina, bebió un sorbo del refresco de alfalfa que ocultaba bajo el tablero y anunció en voz alta:
—¡El siguiente…!
La cabra avanzó hasta situarse frente a ella.
—¿Qué hay de lo mío, se sabe algo o qué? —espetó, a modo de saludo.
—Pero usted presentó ayer su reclamación. No ha habido tiempo... —explicó su interlocutora, reconociéndola.
—¿Ayer? Por la mañana, ¿no? ¿O fue por la tarde? Es mucho tiempo...
—Más o menos se demora un mes, a veces más... Tenga paciencia.
De un salto la cabra subió al mostrador y empezó a caminar entre los papeles que había sobre él.
—Por favor, baje de ahí enseguida —suplicó Miss Mare.
La cabra parecía no oírla. De un nuevo salto colocó sus cuatro pezuñas sobre un pesado pisapapeles de granito y se quedó inmóvil.
—Tendré que dar parte de su comportamiento en esta oficina, eso no favorecerá a su reclamación —amenazó la funcionaria.
—Está bien, está bien, ya bajo...
—¡Hasta el suelo! —ordenó la yegua con firmeza.
Aliviada, comprobó que la cabra, por una vez, hacía caso. Sólo deseaba que la señora Cabra desapareciese cuanto antes, le daba igual que se la tragara la tierra o la abdujese un platillo volante.
—Entonces, ¿cómo quedamos? ¿Vuelvo mañana?
—¡No, no venga mañana! —estalló Miss Mare, golpeando con fuerza la madera del mostrador.
La cabra se desplomó como si le hubiesen disparado. Rápidamente se acercaron dos miembros de seguridad.
—¿Otra vez ella? —comentó el agente Perro con fastidio—. Ayúdame a sacarla de aquí —pidió a su compañero—, a ver si con el fresco se le pasa.
El señor Cerdo miró a la yegua con aire indeciso, sin atreverse a avanzar. No sabía si era buen momento para abordarla.
—Pase, pase —pidió Miss Mare, con deseos de terminar cuanto antes su trabajo.
—He recibido esta carta... —dijo el cerdo, mostrando un papel que sacó de un sobre sucio y arrugado.
—Ah, sí. El secretario del Comité lo está esperando. Sígame, por favor...
El señor Cerdo fue tras la yegua hasta un despacho situado al fondo del vestíbulo. Sentado tras una mesa cubierta de papeles, el secretario levantó la vista al notar su presencia. Miss Mare se dirigió hacia él y le mostró la carta, comentando algo en voz baja, antes de dejarlos solos.
—Siéntese, por favor —pidió el secretario—. Verá, señor Cerdo, como sabe ya es la cuarta vez que presenta usted este tipo de reclamación...
—Por supuesto, es un caso grave. Nunca he visto nada igual, señor Lince. Los humanos la han tomado conmigo.
—A ver... —Lince echó un vistazo al expediente que tenía sobre la mesa—. Cuando usted era conocido como señor Marrano se quejó de que su nombre fuese equivalente a un insulto, a alguien de aspecto sucio y desaliñado. Su reclamación fue atendida y se le cambió el nombre, que pasó a ser señor Puerco. Pero poco después, también puerco se transformó en insulto, con el mismo significado. De nuevo atendimos su queja y le dimos un nuevo nombre: señor Guarro. No había pasado un año y tuvimos el mismo problema. Por tercera vez se le rebautizó y a pesar de todo seguimos en lo mismo...
—Ya le digo, es un acoso inaudito —explicó el cerdo, satisfecho por la clara exposición del problema que había hecho el señor Lince.
—Esto... señor Cerdo... —El secretario parecía elegir cuidadosamente las palabras—. ¿Usted no ha pensado que podría haber un motivo para este “acoso”?
—¿Motivo? —El cerdo estaba sorprendido—. ¿Qué motivo podría haber? No comprendo...
—Mire, está claro que, se llame usted como se llame, al cabo de poco tiempo ese nombre equivale al de alguien sucio. Ya sabe como es el cerebro de los humanos, tan aficionados a la analogía...
—¿Está usted insinuando...?
—No; insinuando no. Estoy explicándole cuál es el problema y por qué los cambios de su nombre son inútiles. Y ahora le voy a dar la solución.
El señor Lince abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó un paquete pequeño, que dejó sobre la mesa al alcance del señor Cerdo. Este lo cogió y arrancó con rapidez el envoltorio de papel. Apareció una pastilla de jabón.
—¡Y no meta las patas en la comida! —oyó decir al secretario, mientras él abandonaba el despacho, como siempre, cabizbajo
MORALEJA
Si con tu conducta plantas
de tu mala fama esquejes,
cuando crezcan, no te quejes.
de tu mala fama esquejes,
cuando crezcan, no te quejes.
Fábula de los agraviados, copyright Fernando Hidalgo Cutillas 2008.
Los mejores cuentos y fábulas en un solo tomo
4 comentarios:
Hola, Fernando:
He leído la entrevista que te han hecho y me ha gustado mucho. No sabía que una editorial había publicado el cuento de las Fábulas en los libros de texto de Puerto Rico, eso sí que es grande y maravilloso. Te felicito de corazón.Has recordado los tiempos de B.V y creo te refieres a mí cuando dices que entraste porque alguien te habló del libro de tu padre.Fueron buenos tiempos aquellos, lástima que acabara tan mal. Yo aún me ecribo con frecuencia con usuarios de entonces: Margarita, Yoescribo, Leny, Nelo...
Bueno, sólo quería felicitarte por la entrevista, tus sabias respuestas y sobre todo por el triunfo de la Cebra Felipa, a quien los niños y grandes de esta y las próximas generaciones conocerán en las escuelas caribeñas.
Dices que te das de baja en facebok después de la entrevista; yo no lo he hecho porque ahí tengo muchas amistades que no tienen blogs y es la única forma de contactar con ellas; pero ganas no me faltan. Un abrazo
Hola Juan, ¡claro que eres tú a quien me refiero!, ya hace tiempo, ya.
Gracias por tu felicitación. De la gente que nombras sólo sigo "viendo" Nelo.
Y sí, me di de baja nada más teminar; lo prometido es deuda.
Abrazos.
No sé si fue el Espíritu Santo (ja, ja, ja) o quién; Interne me permite poner comentarios.
Esta fábula tuya no la conocía y me encantó. ¿Cómo puede aconsejar la yegua a quién o qué o cómo debe querer la gallina?
Echo de menos a Elisa, leeré lo anterior para saber cuándo cambió de domicilio y la razón.
Un abrazo.
Milagros
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