15 de febrero de 2015

91ª noche - Fábula de los apresurados

Arrastraba un burro  su carreta por un camino de un bosque. Se disponía a
atravesar un cruce cuando lo detuvieron unos gritos:
 —¡Alto, alto! —exigió una gallina que caminaba rápidamente, en dirección transversal, llevando entre sus alas a un lánguido pollito—. Mi hijito está malo, lo llevo al doctor, ¡no querrás pasar primero! —protestó.
El burro se detuvo y aguardó a que pasaran la gallina y sus polluelos, que la seguían siempre a todas partes. Se disponía a reanudar la marcha cuando lo alarmaron nuevos gritos:
—¡Abran paso, es urgente! —pidió una cabra en tono airado—. Voy a por leche para mis crías; por desgracia la mía se secó y si no me apresuro a llevársela morirán de hambre.
 —Señora... —inició el burro, pero en ese momento llegó al cruce el ciervo que ejercía las funciones de guardia de tránsito.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó el agente de la autoridad.
—¡Que este burro quiere pasar primero, cuando yo estoy acudiendo a una urgencia muy importante! —reclamó la cabra.
—¿Es eso cierto? ¿No conoce las normas? —El ciervo miró al burro con cara de pocos amigos.
—Oiga, yo...
—Tendré que multarle. Siga usted, señora cabra, no la entretengo si tiene prisa...
La cabra siguió su camino mientras el ciervo empezaba a pedirle al burro toda clase de permisos y documentos y a examinarlos sin prisa ninguna.
Extendida la multa, revisada la documentación y amonestado el burro, reanudaba éste la marcha cuando se acercó al cruce una hilera de cachorros.
—¡Quieto!, ¿no ve que van a pasar esos pequeños? ¿Es que quiere atropellar a alguno? —increpó el ciervo con muy malos modos, así que el burro volvió a detenerse y a armarse de paciencia.
—Adiós, pequeños —saludó el ciervo muy amable y sonriente—, ¿adónde vais?
—A la escuela —contestaron varios de ellos a coro, y continuaron con su gracioso andar y con sus juegos.
La fila era larga y el burro se impacientaba...
De pronto, desde lo alto del carro, un búho asomó la cabeza.
—Psss, agente, venga un momento, haga el favor.
Reticente y muy arrogante, el ciervo se acercó al pasajero que con tanta insolencia lo llamaba.
—Mire, yo soy el médico —explicó el búho—, esta oveja es la encargada de la lechería, y la lechuza que ve usted a mi lado es la maestra. La prisa de todos los que han pasado con tanta urgencia no servirá de nada si nosotros no estamos en nuestros puestos; ¿lo entiende, señor ciervo?
El agente quedó perplejo.
—¿Por qué no dijeron que lo suyo también era urgente? —inquirió.
—Porque no lo es; simplemente vamos a nuestros trabajos, como cada día. No sé qué le ha hecho pensar que el interés de nuestro amigo el burro en llevarnos puntualmente a nuestros puestos no era importante. Todo el que va a alguna parte tiene sus motivos, cuya importancia nadie puede adivinar...
En esto vieron de regreso a la gallina.
—¡Mi polluelo! —clamaba, llorando a cresta tendida—. ¡¿Cómo no está el doctor en su consulta?! Habría que colgar al responsable —propuso con indignación.
También la cabra apareció, desesperada.
—No comprendo; ¡la hora que es y la lechería no ha abierto! ¿Qué daré de comer a mis hijitos?
En esto la lechuza sugirió:
—Señores, ¿qué les parece si seguimos nuestro camino, antes de que en la escuela también haya problemas?
El ciervo dio un largo pitido con su silbato, cortó el tráfico con un aparatoso gesto y dio paso al burro y su carro. Después se puso las gafas de sol y siguió con su duro trabajo.
 
Copyright Fernando Hidalgo Cutillas - Barcelona 2010

 
TIEMPO EN HISTORIAS
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