9 de julio de 2011

41ª noche - Conspiración

 

—¿Crees que es verdad que existen esas conspiraciones que predican algunos "enterados"?
—Yo creo que no. No sé. Pero creo que no. Decir que las Torres Gemelas las tiró Bush me parece el colmo de la sinrazón...
—Eso sí, claro, pero no me extrañaría que algo hubiera...
—¿Qué quieres decir? —pregunté con curiosidad.
—Pues que el Mundo no funciona solo, y la democracia es una mera apariencia para bobos. ¿Es que no lo ves? Hay alguien que maneja los hilos... Las guerras, las crisis, las corrientes migratorias, el dinero...
—Creo que has visto demasiados documentales de Michael Moore.
—Algo está cambiando; ellos están moviendo ficha... —insistió Elisa.
—Bueno, vale, imaginemos que tengas razón. ¿Sirve de algo pensarlo? ¿Hay alguna cosa que podamos hacer tú y yo? ¿O incluso todos? Sólo comernos el coco con ideas absurdas.
—Están pasando cosas que nunca había imaginado que podrían suceder... Y es sólo el principio. ¡Estoy asustada!, francamente —Su mirada era la de una niña desamparada.
Me acerqué a ella, la abracé y le susurré al oído:
—Te quiero. Sólo eso importa.
Ella sonrió y me abrazó también. Y ahí quedó todo.





Llueve. Detrás de los cristales llueve, y llueve fuerte. Miro a través de la ventana, empañada por dentro, salpicada de pequeñas gotas por fuera, para ver a la gente en las calles. Un día de lluvia en la ciudad; día gris, incómodo... Apropiado para posponer cualquier cosa que no sea absolutamente inaplazable, perfecto para no salir de casa. Aquí, en el salón de mi ático, hace calor. Compruebo el termostato de la calefacción: veinticinco grados centígrados. En la madrugada hacía frío, recuerdo que lo subí. Lo ajusto a veintidós, es suficiente. Vuelvo a mirar por la ventana: el tránsito está atascado, algunos impacientes hacen sonar las bocinas de sus automóviles, dos mujeres discuten por un taxi libre, un joven corre, chapoteando en los charcos, con un diario sobre la cabeza... La lluvia no para de arreciar y yo siento un íntimo placer al ver este caos del que estoy completamente a salvo.


Al final del otoño los días son muy cortos. Hoy no se ha visto el sol, apenas son las cinco y ya anochece. Me invade una dulce sensación de confortable tristeza. Arrebujado en mi sillón orejero me dispongo a continuar la lectura de la novela que tengo entre manos. Es muy interesante: la historia de un joven polaco que estuvo preso en Auschwitz y sobrevivió. Ya me quedan pocas páginas, qué pena.


Termino la novela en poco más de una hora. Hace rato que tuve que encender la lámpara pues  ha oscurecido. El ruido de la lluvia, torrencial pero monótono, me está adormilando. Atisbo de nuevo por la ventana. Es raro, no se ve a nadie y aún es pronto. Bien mirado, no es tan raro: las calles se han transformado en ríos. Nunca he visto tanta agua en la ciudad, los coches no podrían circular. La mayoría de comercios ha bajado las persianas, supongo que para evitar inundaciones. Pienso en mi automóvil, guardado en el garaje, en el sótano del edificio. Probablemente estará inundado. No sería la primera vez que entrase agua. Me disgusta la idea pero no tengo intención de hacer nada; con la que está cayendo ni se me pasa por la cabeza salir de mi refugio. Ya me enteraré mañana y el seguro cubrirá cualquier daño.


Las calles vacías y oscuras tienen un aspecto desacostumbrado, siniestro. Observo que el agua ha alcanzado ya buena altura, aproximadamente un metro desde la calzada. ¡Qué desastre! ¿Será así en toda la ciudad? Cojo el teléfono para llamar a mi hijo mayor que vive en una zona más céntrica. Marco su número pero nadie contesta. A esta hora aún no habrá vuelto del trabajo. Me preocupa imaginarlo por ahí en estas circunstancias pero aparto la idea rápidamente. Es joven, es inteligente, es sólo lluvia en la ciudad...


Un estruendo me despierta, en el sillón, desorientado. Desde que duermo mal por las noches, me entra un sopor irresistible a cualquier hora. Miro el reloj sobre la chimenea: son casi las diez. El resplandor de un rayo ilumina brevemente la sala y pasados pocos segundos otro trueno retumba por vidrios y paredes. Me acerco a la ventana una vez más. Apenas puedo creerlo, el agua ha cubierto completamente el nivel de la planta baja y casi alcanza la altura de las ventanas del primer piso. Corro al teléfono, descuelgo el auricular y espero inútilmente el tono de llamada: no hay línea. En cuanto llueve no funciona nada, sentencio con hastío. Pienso entonces en mi teléfono móvil, temiendo que también el servicio esté averiado. Lo compruebo y mis temores se confirman. Pero ¿a qué viene esta ansiedad?, me pregunto. Estoy en el ático, a salvo de todo. Me hubiese gustado comprobar que mi hijo está bien, cierto, pero seguro que es así. No hay nada que temer, es sólo lluvia...


He cenado tarde, casi a medianoche. La televisión tampoco funciona, así que estuve escuchando la radio. Nada decían de la tormenta, sólo encontré emisoras extranjeras o de música. Después hubo un corte de luz. Estuve buscando un viejo receptor a transistores que se alimentaba con baterías; debe de estar en alguna parte pero no lo he encontrado. Hace años que no lo uso, quizá ya no funcione. No pierdo de vista a la ventana. El agua sigue subiendo, cada vez más rápidamente. Ahora va por las ventanas del tercer piso. Esto no puede ser real, parece una pesadilla, pero lo estoy viendo y estoy despierto. ¿Qué estará haciendo la gente a la que se le inunda la casa? Las calles —los ríos debería decir— siguen desiertas. ¿Dónde están la policía y los bomberos? Nunca ha llovido tanto, estas cosas no pueden suceder aquí... Confío en que pronto amaine y empiece a bajar el nivel. No me acostaré mientras la tormenta continúe, ya no puede quedar mucho.


El agua está tan cerca del balcón que podría tocarla con la mano. He bajado todas las persianas, completamente. ¡Oh, Dios!, no sé qué hacer, ahora ni siquiera veo lo que sucede afuera. No me atrevo a levantar ninguna de las persianas. Estoy aterrorizado.


Hace rato que no oigo truenos y diría que el ruido de la lluvia disminuye, gracias al Cielo. Esperaré un poco más y echaré un vistazo afuera. Seguro que el agua desciende más rápido de lo que ha subido. Pero ¿qué es eso que entra bajo la puerta? ¿De qué están mojándose mis zapatillas de lana?

Lluvia en la ciudad. Copyright: Fernando Hidalgo Cutillas

2 comentarios:

Blanca Miosi dijo...

Es solo lluvia... este cuento me gustó siempre. Es muy bueno, por momentos uno se pregunta ¿qué está sucediendo en la mente del personaje?, actúa con indolencia, piensa en su hijo y procurar desechar cualquier idea negativa casi por comodidad, ve que el agua cubre ya tres pisos y se sigue preguntando qué sucede... no hay gente en las calles, todo es tan anormal, y él sigue en su casa... es casi una analogía de lo que somos, en realidad. Mientras no nos toque, no está sucediendo nada.
Pero en algún momento algo entrará por debajo de la puerta, y nos preguntaremos ¿Qué es?

Eso sí: Me encanta Elisa. Es una dama muy inteligente y actualizada. Me ha gustado mucho la última escena de la conversación, te salió preciosa.

Besos!
Blanca

Blanca Miosi dijo...

Me olvidaba: El vídeo es excelente. ¿Será el motivo de su asesinato? tocaba muchos puntos considerados tabú por la administración norteamericana. Ya también la de otros países, pero básicamente él se refería a su país.
Y yo que pensaba que habían sido los cubanos por lo de Bahía de Cochinos...