27 de abril de 2016

112ª noche - Como un pájaro

      —Cuéntamelo, abuelo...
      —No; aún eres muy chico. Ya lo sabrás cuando seas mayor, como tu hermano Andrés y los otros muchachos.
      —Pero ya soy mayor, y me han contado algunas cosas. ¿Es verdad que cuando eras pequeño podías volar?
      El anciano miró la cara de Tomasín y no pudo evitar una sonrisa. ¡Qué contestar!
      —¿Quién te ha dicho eso? ¿Andrés?
      —Sí, y Andrés no miente. Me dijo que volabas más rápido que cualquier pájaro. Mucho más rápido, como millones de veces más alto y más rápido...
      —¡Para, para! —El viejo cortó el entusiasmo de su nieto—. ¿Crees que es cierto que yo a tu edad podía volar?
      —Si él lo dice... Dímelo tú, ¿podías?
      —A ver, Tomás, yo no volaba como tú estás pensando. Entonces había unos aparatos que volaban y nos llevaban a las personas de un sitio a otro, por el aire. Como si tú te montaras en un pájaro: tú no vuelas, pero sí vuelas. ¿Lo entiendes?
      —¡Qué pájaro más grande! Yo no he visto nunca a esos pájaros.
      —No, claro que no. Los llamábamos aviones y podían llevar hasta quinientas personas.
      —¡Halaaa! —exclamó el niño, impresionado.
      —Pero todo eso quedó atrás hace muchos años, envuelto en la gran bola de fuego. —El hombre terminó la frase con un rictus—. Y ahora ve a la cabaña y acuéstate, que ya es tarde.
      Aquella noche Tomasín soñó que volaba, a caballo sobre un enorme pájaro, tal como el abuelo le había contado.

© Fernando Hidalgo Cutillas - Barcelona 2012

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