6 de diciembre de 2011

63ª noche - Ulises

      Bajamos del tren cuatro o cinco viajeros. Una bombilla amarillenta alumbraba apenas el estrecho andén. Entramos a la sala de espera, donde debía aguardarme mi novia. Sólo una anciana estaba allí, sentada en un banco de madera, con el bolso sobre las rodillas. Nos miró como buscando a alguien pero nadie se acercó a ella. Cuando los otros salieron, volvió la vista al frente y quedó inmóvil. Me acerqué y saludé a la mujer, que correspondió con una sonrisa fugaz, sin apenas mirarme. Dejé la maleta en el suelo y ocupé el otro extremo del asiento. Quedamos solos, todo estaba absolutamente quieto y silencioso.
      Al cabo de unos minutos empecé a preocuparme. Quizá Laura se habría disgustado por lo que le conté por teléfono, por eso quería explicárselo personalmente. Me puse en pie y paseé arriba y abajo varias veces para distraerme. Desde el fondo de la sala miré a la mujer, rígida como una estatua. ¿Qué haría allí, sola?, me pregunté. Tras cuatro o cinco idas y venidas más me decidí a hablarle.
—Hace fresco esta noche... —Me froté las manos.
—Hoy no hace tanto frío —discrepó ella con voz firme.
—Creo que me resfrié en el tren. Son tan incómodos...
La anciana no dijo más. Di unos pasos antes de preguntar:
—¿Espera a alguien?
—En efecto —asintió, entornando los ojos al decirlo.
—Yo espero a mi novia. Es raro que no haya venido...
La mujer pareció cobrar vida; dejó el bolso a un lado, sacó de él una pitillera y prendió un cigarrillo.
—Es la primera vez que viene usted, ¿verdad? —preguntó exhalando el humo.
—Sí, ¿cómo lo sabe?
—Si hubiese estado antes aquí, todo sería diferente...
Su respuesta me desconcertó. Me acerqué a ella, y me miró con sus grandes ojos grises.
—¿Qué quiere decir? —exclamé—. ¿Qué sabe usted de mí?
—¿No me reconoces, Ulises? Ha pasado mucho tiempo... —Sonrió con amargura—. Llevo treinta años esperándote.
     Un escalofrío me recorrió la espalda al reconocer la mirada. ¡No es posible!, me dije... Su modo de hablar, su actitud, todo en ella me era familiar... ¡Pero no podía creer que fuera Laura!
—Vine a recibirte una noche como ésta, hace treinta años. Nunca llegaste. Desde entonces no he podido salir de aquí. Todas las puertas dan a un pasillo, todos los pasillos vuelven a este mismo lugar... Ahora te toca a ti, Ulises.
     Se levantó y cruzó la puerta. Cuando quise ir tras ella no la encontré, como si se hubiera esfumado en el aire. El espejo me devuelve la imagen de un anciano y desde entonces vago en esta extraña estación sin salida,  esperando no sé qué ni a quién.


©Fernando Hidalgo Cutillas 2014

 
TIEMPO EN HISTORIAS
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